30 dic 2011

microcuentos 2

No estaba nada preparada para que muriese Firo. Pero la tarotista se lo había advertido: la muerte sobrevolaba el hogar y se preveía para la semana que viene. Los designios astrológicos no se pueden predecir, la Tierra gira y se va dejando a unos cuantos atrás. 

De repente, comenzó a ver a Firo deprimido y se asustó. No había ninguna razón fisiológica para que Firo dejara de existir, así que se temió lo peor. Que él no pensara en lo triste y abandonada que se sentiría tras su muerte, en lo mucho que lo quería y que sucumbiera a la desesperanza. 

Por eso, comenzó a asegurar la casa y a esconder las tentaciones, para no darle ideas. Escondió el cuchillo jamonero bajo el colchón; guardó todos los medicamentos en una maleta; cegó el enchufe del baño; escondió las tijeras en el buzón de Don Venario, su vecino. Antes de salir de casa, miró el horno con desaprensión. 

Salió de casa para comprarle un regalo sumida en los más tristes pensamientos. Creo que su nubarrón mental es lo que le impidió presenciar el escupitajo en el rellano. Lo pisó, se torció el pie, perdió el equilibrio y cayó rodando las escaleras. Con tan mala suerte que se partió el cuello. Y murió en el acto. 

Firo se quedó solo, en aquel alféizar donde apenas le llegaba el sol (y por eso se veía deslucido). Abandonado. No obstante, los cactus soportan muy bien la soledad. 






(y ahora sí que nos vemos el año que viene) 

29 dic 2011

27 dic 2011

Salmo y otros cuentos inéditos de Mijaíl Bulgákov

Con vuestro permiso, pero es que esta vez no nos queda otra, entendedlo, no podemos evitar hablar de él, ni queremos; nuestro héroe personal e inagotable fuente de inspiración: Mijaíl Bulgákov, siempre un maestro. Aunque en esta ocasión, como ya se anuncia en el prólogo, sin su afamada Margarita. 

En su momento, celebramos de todo corazón el nacimiento de Nevsky Prospects, editorial cuyo propósito principal es dar a conocer obras en ruso hasta ahora inéditas en español. En febrero publicaron Salmo y otros cuentos inéditos, compendio que he acabado recientemente y, queridos hermanos,  como siempre tras acabar de leer a Bulgákov, me he sentido de tal forma satisfecha que tenía que haceros partícipes. 

Salmo es un recopilatorio de nueve cuentos escritos entre 1923 y 1926 que retrata la URSS de esa década, previa a las nefastas purgas estanilistas. Sin pretender convertirse en una crítica despechada, a pesar del ostracismo al que se vio sometido, Bulgákov logra representar lo absurdo de algunas de las disposiciones y "mejoras" del Moscú soviético, y se convierte en cronista de  esa realidad que el régimen deseaba ocultar: el problema de la repartición de la vivienda y el intrusismo desmedido del Estado en la vida privada de las personas. Nos topamos con personajes hacinados en pisos patera (aunque entonces no existiera el término), que ven cómo el Estado les arrebata su intimidad. Personajes obligados a rendir cuentas a sus camaradas; de los que la administración dispone a su antojo, y ahora los manda a Crimea para luego trasladarlos a Siberia. Se retratan las incoherencias y contradicciones de la burocracia rusa, un mal que parece inmortal; la pasión de los rusos por el vodka, y los organismos estatales de control, que en esa etapa de la NEP ahora recordada con cierta benevolencia por lo que había de llegar después, se demuestran exagerados, absurdos; sin querer, o al menos en apariencia, Bulgákov acaba por poner al sistema en ridículo. No obstante, no se desprende ni cinismo, ni el deseo de denunciar la injusticia. Bulgákov únicamente se fija en el detalle que uno no se molestaría en analizar, lo que queda tras la carcasa del camarada y el héroe soviético: la persona, sin aditivos. 


E incluso se atreve con personajes inverosímiles para un escritor socialista: por ejemplo, monárquicos y aristócratas en El fuego del Jan, un cuento protagonizado por un viejo príncipe al que le han arrebatado su hogar y condenado al exilio para convertir su palacio en museo. Pero sin tratar al aristócrata de enemigo, sin juzgar, sino demostrando que él también es un hombre a merced de las circunstancias. Nuestro amado Bulgákov demuestra una sensibilidad demasiado elevada hacia la historia personal del individuo, lo que lo convirtió irrevocablemente en un peligro que la censura no estuvo dispuesta a admitir. Se pasó la vida escribiendo para que no le dejaran publicar, pero sin perder la tesón. Queda mucho por reivindicar. 


Que no os coja por sorpresa, hermanos, nos va lo ruso hasta la saciedad. Y al final, a lo ruso se acostumbra uno. De tal forma que cada vez que acometemos una nueva traducción (la presente, de Raquel Marqués), creemos encontrar guiños, tics y manías que sólo pueden ser rusas, que ya hemos visto, leído, que siguen arrancándonos esa sonrisa y aumentando la rusofilia, enfermedad crónica, os lo aseguramos. Es leer a Bulgákov y pensar "es un claro heredero de Gogol". Es un escritor clásico en cuanto el oficio, pero que no ha perdido frescura. Es, una vez más, el alma rusa


Dentro de la selección de cuentos, que nos parece fantástica, pero qué vamos a decir, nos quedamos con Un tipo abominable, El fuego del Jan y Una historia de diamantes. Por destacar los que más nos han gustado. Pero se hará difícil que esta obra no os satisfaga. Si por el contrario os aburrís, por favor, poneros en manos de un especialista. Seguramente se trate de una afección cardíaca. Quizá deberíais visitar Crimea. O mejor, pasaros por el casino. Pero no se lo contéis a nadie. Os están vigilando. Recelad si os cogen del brazo y os espetan "camarada, acompáñeme". 

¿Por qué esta vida es tan extraña y desagradable?
Por un solo motivo: la estrechez. Es un hecho que en Moscú se vive con apreturas.  
¿Qué podemos hacer? Sólo puede hacerse una cosa: aplicar mi proyecto.  
Este proyecto se resume en lo siguiente: hay que reconstruir Moscú.

Bulgákov para el alma.


Nosotras nos hubiéramos querido casar con él
                   

25 dic 2011

Michael Sowa para el alma

¡Disfrutad!


El inesperado regalo de Papá Noel de Eva Heller & Michael Sowa

No queda mucho para que acabe el día de Navidad oficialmente, pero no queríamos perder la oportunidad de dejaros una delicatessen como regalo hoy: El inesperado regalo de Papá Noel de Eva Heller & Michael Sowa que edita Barbara Fiore en la colección Miniar (BFE siempre sinónimo de calidad).

Los mayoría de los libros estacionales son auténticas mediocridades. Por supuesto, salvaríamos la Canción de Navidad de Dickens y algún que otro álbum, pero poco más.  Tanto empeño en explicar la historia de los Reyes Magos, Papá Noel, el Tió, para que dentro de dos años, ¡ah, sorpresa!: Eran los padres. Antes de meternos en debate de cuál es la edad idónea para explicarle al niño la verdad, o de si no es para nada ético contarles un cuento y dejarles gozar de la ilusión y la magia de la fantasía, hagamos un pequeño resumen de la historia. Si no, nos iremos por las ramas me temo.  

Papá Noel tiene un problema. Este año le ha sobrado una muñeca. Seis niñas no han recibido muñecas, y 2.348.167 de niños tampoco tuvieron una. Junto a la muñeca que no hablará si no se le pregunta, Papá Noel se embarca en la misión de visitar a las seis niñas para descubrir quién es la dueña. Aunque, la verdad, el pobre hombre no tiene mucha suerte y tiene que acabar por recurrir a doña Felicidad y a don Amor, los que le acabarán por confundir más de lo que está. Tras unos cuantos intentos frustrados y conflictos casi existenciales, la que acaba resolviendo es la muñeca.  

Nosotras creemos que el desenlace de la historia está cogido un poco por los pelos (se nos ocurren finales mucho mejores). Pero lo cierto es que el texto de Eva Heller tiene mucho mérito. No es nada fácil innovar con un personaje tan manido como Papá Noel que, además, tiene muchísimas limitaciones en cuanto a carácter del personaje y posible trama.  Aun así, la historia de Heller es bastante innovadora, y ejemplifica estupendamente el mal que hace la cultura del consumismo en los niños: que lo quieren todo para luego aborrecerlo; que son pequeños depredadores que apenas valoran lo que tienen y que, al fin y al cabo, lo material desvirtúa el concepto de felicidad. El lector adulto se sonreirá en muchos momentos, pues hay fragmentos en los que entre líneas se nos da una buena lección de sentido común. 

Papá Noel moderno (esta foto no le hace justicia a la ilustración)


El libro lo ilustra Michael Sowa, que en 2001 dio el campanazo por ser el pintor que Amélie había elegido para decorar su habitación. Aquí nos demuestra su buen hacer en pequeños óleos de gran belleza artística, que acompañan muy bien el texto y amplian la información de los pasajes más cruciales. Un estilo tradicional, pero para nada desfasado. Tenemos que investigar sobre este artista alemán que nos parece lo más. De verdad, Bruna y yo acabamos extasiadas, nos pareció una absoluta maravilla. 

Un cuento que podremos leer todos, sea Navidad o no. Porque la felicidad de leer no puede planearse (ni ponerle fecha, ni estación). Fue inesperado, pensamos que no nos iba a gustar y, la verdad, El inesperado regalo de Papá Noel simplemente nos encantó. 


Créditos: Escrito por Eva Heller. Ilustrado por Michael Sowa. Traducido al español por Carles Andreu y Albert Vitó. Edita Barbara Fiore (por favor, BFE, fíchanos). 


23 dic 2011

ratones y elefantes - paradójico

Historias de ratones para ratones 
Tío Elefante y su glamour

¿A quién le apetece un Elephantos?


22 dic 2011

Arnold Lobel: Historias de ratones & Tío Elefante

Nuestro artista de hoy ha pasado el control de calidad y fiabilidad más fidedigno de todo el mercado: el de una niña de siete años de la era audiovisual. Mi sobrina Judit se leyó tres veces en un mismo día el Tío Elefante de Arnold Lobel, y otras tantas Historias de ratones. Por lo tanto, podemos asegurar sin miedo que a los niños con buen gusto les encantará Lobel, y ya se sabe que la tendencia natural de los niños -salvo excepciones- es la exquisitez (si no, usted será el responsable).


Arnold Lobel por desgracia dejó este mundo en 1987


Arnold Lobel es lo que llamaríamos todo un clásico de los cuentos infantiles, de esos que han hecho felices a millones de niños con sus atemporales historias de animales (sobre todo famoso por los personajes Sapo y Sepo). Kalandraka en edición conjunta con Hipòtesi (tanto en castellano como en catalán, e incluso en gallego y euskera) dos de sus obras más famosas: Tío Elefante e Historias de ratones. Dos obras que se rigen por un mismo patrón: cuentos muy cortos sobre lo cotidiano, sentimientos y sucesos que apelan al día a día de los niños: los juegos, los miedos, los padres; lo inverosímil hecho realidad, como que sople el viento y un ratón marinero acabe con su barquito anclado en un árbol. Desde nuestro punto de vista, es un autor que refleja muy bien el humor de los niños, que sabe lo que les ha de llamar la atención. Paradójicamente, Lobel afirmaba que no escribía para los niños, que no se identificaba con ellos, ni le agradaban, sino que escribía desde el recuerdo de su propia infancia. Al parecer, creía que la niñez ya se había desvirtuado allá por los 70-80. (Si hoy levantara la cabeza...).  




Nosotras quisiéramos recomendarlo, sobre todo, como regalo para vuestros hijos, sobrinos, nietos, para el niño que lleváis dentro; son historias con gracia, con dibujos muy tradicionales y muy bien hechos. Nos encantan los detalles más imaginativos, como el ratón que de tanto gastar coches, patines, zapatos, etc. acaba comprándose unos pies nuevos. O el Ratón Alto que saludo al techo, y el Ratón Bajo que saluda al suelo. O la manera de disfrazarse que tiene Tío Elefante (ante la indecisión, poniéndose toda la ropa que tiene), y sus habanos marca Elephantos (adjuntamos imagen más arriba). Me pregunto si en nuestra era sería admisible dibujar tabaco en un cuento para niños. Ya que todo parece tener que ser tan tan tan políticamente correcto.

Sin demorarnos más, un par de detalles técnicos y, os aparecerán arriba en la siguiente entrada, algunas ilustraciones que nos gustaron especialmente.





(c) de la traducción al castellano de Historias de ratones: Xosé M. González Barreiro
(c) de la traducción al catalán de L'oncle Elefant: Marta Borrás

20 dic 2011

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La madre cree que entretenerse es una pérdida de tiempo 


El jardín subterráneo de Cho Sunkyung




Martin Luther King dijo que aunque el mundo acabase mañana, él todavía plantaría un árbol hoy. En el caso del señor Moss, el protagonista de El jardín subterráneo, aunque el mundo de una estación de metro parezca muerto, él insistió en plantar un árbol, alimentado por un conducto de ventilación. Es la magia de los cuentos. Lo imposible cobra vida, se traspasan los límites de lo impensable. 

Cho Sunkyung se inspiró en un hombre real que trabajaba como conserje en el metro de Nueva York para crear un héroe solidario con la naturaleza, un altruista. Un personaje que da paso a la vida donde sólo había asfalto y mal olor. Un personaje que personifica la sencillez, el esfuerzo y el trabajo constante -dedicará toda una vida a su jardín subterráneo, que habrá llegado a la superficie cuando él ya sea un anciano-, pero también, y lo que me parece muy importante en nuestro siglo, la conciencia ecológica. Puede que la excusa sea el mal olor que impera en el metro y molesta a sus usuarios, pero el resultado es un jardín en medio de una ciudad gris e industrial. Siempre se destacan los valores de Moss sobre el trabajo cuando se reseña el libro -algo muy comunista, por otra parte, y adecuado en tiempos de crisis. Pero a nosotras lo que más nos gustó es ese final en que la naturaleza recupera parte del terreno perdido. Una pequeña victoria sobre la materialidad del hombre, sin duda. 

Sunkyung, un tipo simpático


Sobre las ilustraciones, apuntar que nos agrada mucho el estilo desproporcionado de Sunkyung: todos los personajes son cabezones, bajitos, con pies de payaso y manos de gigante, y con buenas narizotas. Bastante occidental, pero con ojos rasgados. Nos gustaría saber más de arte para analizar más en su profundidad su estilo, pero todo llegará. Una lástima que en España sólo se haya publicado esta obra, editada por Thule Ediciones tanto en español como en catalán. Pudimos echarle la mano a la traducción castellana de Agatha Yoo. 

Os recomendamos El jardín subterráneo. Esa imagen de portada en la que un hombre solitario y silencioso lee un libro junto a un pequeño árbol es tierna y esperanzadora. Nunca es tarde si la dicha es buena, dicen. 


¡Volveremos!


18 dic 2011

microcuentos 1 (micro es un decir)

Eva quería dejar a A porque era un madrero. Por eso, aquella noche había dormido en el sofá. Al despertar, contempló horrorizada que había dejado un cerco de saliva sobre el cojín de punto de cruz que le había regalado Hortensia, la madre de A. Seguro que ahora A le reprocharía que todo venía porque no soportaba a su madre. Y Eva quería mucho a A. Pero A insistía en ser A+Hortensia de forma indivisible. Eso la disgustaba. 

En el piso no se oía ni un murmullo y el reloj debajo de la tele ya marcaba las once. Qué raro, pensó. A era muy madrugador. Quizá se haya marchado ya a trabajar, decidió. Pero le parecía muy extraño que no la hubiera despertado para la discusión matutina. A era de costumbres fijas y no podía empezar el día sin un poco de tensión. Y menos si la había visto babear sobre el cojín de Hortensia. Quizá haya reflexionado, sentenció optimista.

Eva se desperezó. Se levantó y encendió la luz del pasillo. Entró en la cocina. Abrió la nevera. Sacó el zumo de manzana, su favorito. Se rascó el culo. Abrió el armario sobre el fregadero. Sacó un vaso. Se sirvió zumo. Se lo bebió de un trago. Y pensó: voy a por unas bragas limpias. 

Una excusa cualquiera.

Eva entró en la habitación compartida con A, que permanecía en la total oscuridad. Se dispuso a subir la persiana cuando tropezó con algo duro y pesado. ¡Ay!, exclamó. Subió la persiana y se agachó a coger lo que le había hecho tropezar: Teatro completo de Oscar Wilde. 

Se dio la vuelta y entonces vio el desastre sobre la cama. A se lo tenía dicho: nunca jamás duermas con una estantería sobre tu cabeza. Y he ahí a A, sepultado bajo Joyce, Bulgákov, Conan Doyle, Sylvia Plath y todos los demás. A no se movía. A estaba muerto porque la estantería se había desplomado. Debía de haber hecho un ruido infernal y ninguno de los dos se había enterado.

Eva, tienes un problema con las fases del sueño, se dijo. Y ya está.

Aquella tarde se marchó con lo puesto a casa de su madre, a refugiarse por si la buscaba la policía. Dejó a A tal cual porque A siempre decía que sería terrible morir y no recibir sepultura.

Menuda patraña. Lo dejó así porque odiaba limpiar y ordenar. Y aquel líquido rojo empapaba ya media sábana. 

16 dic 2011

Estupefactas

Hoy no os traemos ningún álbum ilustrado; vamos a dejar los cuentos momentáneamente a un lado para comentar un par de opiniones que aparecieron el pasado 15 de diciembre en la Vanguardia y nos dejaron estupefactas.

Nos hubiera gustado enlazar el artículo en cuestión, pero los no suscriptores no pueden consultar la hemeroteca hasta pasados treinta días. 

El artículo en cuestión trataba sobre el fomento de la lectura y se les pedía la opinión a diversos escritores (de los que venden bien). En concreto, nos disgustó profundamente las opiniones de Lucía Etxebarría (lógicamente) y Quim Monzó.

Por norma general, todo lo que sale de la boca de Lucía Etxebarría nos suele disgustar. Todavía nos produce resquemor recordar la lectura/tortura de Beatriz y los cuerpos celestes. Sí, lo leí, por eso de ser justos y criticar al enemigo (sí, ¡enemigo!) con conocimiento de causa. La progre más madre del mundo opina que si uno desea que un joven lea un libro, debe prohibírsele dicha lectura. Lucía siente que ha descubierto América y se queda tan satisfecha consigo misma por recomendar a los padres y profesores el uso de la psicología inversa. Lucía se inspira en el efecto censura made in URSS y se cree que los niños son tan tontos como para pasarse a escondidas un ejemplar de Canigó si el maestro prohíbe su lectura. Que les dará morbo y querrán leerlo desesperados. Quizá piensa que es comparable a prohibir ir de discoteca, fumar y enrollarse con el kinky de la escuela. Bravo, Luci, bravo. Si nos prohíben asimismo pagar impuestos, ¿querríamos pagarlos? Si ya no pudiéramos entrar puntuales al trabajo, ¿llegaríamos cinco minutos antes? 

El señor Quim Monzó se decanta por ser él mismo el morboso y declara que si uno no quiere leer motu propio (metemos latín, que quedamos más cultos), que le den. Y se queda tan ancho. Un señor que vive de ello, ¿en serio quiere hacernos pensar que no le importa que la gente no lea? Podría usted ser (más) millonario. Y hasta cierto punto puedo entender que no sienta  responsabilidad sobre la cultura de los demás. Lo comparto. Me da igual si la vecina desconoce a todos esos rusos que hacen mi vida más plena. Pero dada su profesión, al menos, debería preocuparle el consumo. Es como si un médico testifica que si el paciente no desea recuperarse, que le den. Es como si un profesor, ante el alumno que insiste en ignorar las haches, concluyera, pues que le den. Eso sí, quedó muy enfant terrible, muy comentario de moderno, aunque un poco descafeinado porque ya no tiene tipo; los años, que no pasan en balde.

Los dos escritores coinciden en que obligar a leer no tiene sentido. De verdad, que maten árboles para esto... Monzó es capaz de percibir que la lectura es apasionante. Pero ninguno comenta que se debe transmitir ilusión, cuanta más mejor; no parecen querer contagiar a los demás. Personajes apáticos e hipócritas. Deberían estar preocupados por la inminente muerte del lector. El lector es quien justifica la existencia del escritor, siempre. Deberían aspirar, ellos, afortunados de vivir de lo que realmente les apasiona, o les apasionó algún día, a transmitir esa ilusión, ese me gusta lo que hago. Lo que te hace feliz, compartido, te hace doblemente feliz. Pero, claro, eso es ser altruista por el simple hecho de serlo. Demasiado pedir. 


Yo principalmente deseo que la gente lea por dos motivos: primero, porque vendo libros. Y si la gente dejara de leer y comprar libros definitivamente, pues bien, ya no serían necesarias las libreras. Si no hubiera todos aquellos que necesitaran consejos puntuales, cierto empujón, que pusieran a un robot, no a una librera. Y por mucho que critique a ciertos autores, y que piense que la mayoría lee mierda, no me importa. Mientras lean. Eso sí, tengo la cruzada personal de vender tantos El maestro y Margarita de Bulgákov como pueda. Porque nos hará a todos mejores personas. Porque me gusta la gente de buen gusto, y si puedo contribuir un poco, mejor. 

Y segundo, y más importante, me preocupa que mis sobrinos no lean. Me horroriza. Por eso, me enorgullece que mi sobrina de 7 años sienta verdadera afición, y por ella, no es que mate monstruos, pero si la puedo guiar y ayudarla a encontrar cosas con mejor calidad, y que deje de creer en un Dios caduco, bien, mi existencia estará justificada. Que le guste tanto la colección Hipótesis de Kalandraka, como tía, me alegra el día. Y también me alegra saber que he podido por fin enganchar a mi madre al libro, despegarla un poco del Sálvame. Aunque sea a costa de regalarle a Zafón y Nieves Herrero porque es lo que le gusta y le llena el alma. 

Porque leer nos da tantas cosas y tantas sensaciones, que ni Ausonia. Sí, me ilusiona la gente que lee. Adoro a los lectores. ¡Leedme! No puedo ni quiero vivir sin vosotros. Os trataré bien, no os mandaré a paseo en la vida. 

Añado y concluyo, ya va siendo hora... Señor Monzó, que le den a las cacatúas que me empujan en el metro si no leen; que le den a Esperanza Aguirre si no conoce a Saramago; que le den a los imbéciles como usted (soy de barrio, qué pasa), pero no menosprecie de esa forma tan barata las campañas de fomento, que principalmente se dirigen a NIÑOS Y JÓVENES. Yo por ahí no paso. Que la gente es imbécil en general, como masa, cierto, pero que nadie se meta con los que pasada la pubertad quizá serán maravillosas personas, de buen gusto, MUY lectores. Que se metan con la gente gastada y hastiada como usted. Pero no con los futuros cuentistas.

Hemos dicho.


Over.   

15 dic 2011

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Innocenti que nos pase un poco de arte 

La casa de Roberto Innocenti y J. Patrick Lewis



¡Hemos vuelto! En primer lugar, quisiéramos agradecer -es que somos muy educadas- la buena recepción que nos habéis brindado. ¡Merci beaucoup! Que majos sois. Gracias por querernos tanto. Esperamos que os sintáis como en casa, que os arrellanéis en el sofá para leernos a gusto, o lo hagáis de destrangis en el trabajo y os podamos arrancar una sonrisa. Todo este amor puede ser daño colateral de la exposición permanente a la sección de Autoayuda-espiritualidad de la colaboradora librera. No se lo tengáis en cuenta. A lo nuestro.




Llevo una semana en plan buscando a Wally con La casa de J. Patrick Lewis, ilustrada por el grandísimo Roberto Innocenti (ganador de un sinfín de premios, entre ellos el Hans Christian Andersen, que es como el Óscar de la ilustración). El argumento es bien sencillo: la historia de una casa a lo largo del s.XX en la Italia rural. Una simple página que encuadra una casa en primer plano a la derecha en medio de un bosque sin identificar. Es un texto corto y parco, en verso, con distintas referencias a la historia italiana del pasado siglo. Un guión que queda en segundo plano, pues es la misma casa y los múltiples detalles de las ilustraciones hiperrealistas las que cuentan la historia de una saga familiar, donde el miembro principal es la casa, que además es la narradora. Así, presenciaremos su renacer hasta una segunda decadencia al morir la viuda, experimentando tiempos de bonanza, la partida del marido a la guerra; la emigración de los hijos a la ciudad, el abandono y, de nuevo, el segundo renacer cuando al final la transforman en un lujoso chalet. 


Una historia costumbrista, que puede leerse en pocos minutos, o en la que uno podría detenerse durante horas escudriñando detalle tras detalle. La experiencia que ofrece Innocenti me recuerda a la que sentí ante los cuadros de Panini, en los que incluso se puede apreciar la espuma de una jarra de cerveza diminuta. Un artista minucioso con una maestría ejemplar. La misma escena siempre distinta: rostros que ríen, lloran, tienen miedo; jóvenes ociosos comiendo melocotones o tocando la guitarra; el campo nevado, la vendimia, la aparición de los primeros coches en los 60; la joven casada que tiende las sábanas, una puerta de repente marcada con el número 19. Y como siempre lo que le queda, como la casa misma dice, son la lluvia y el sol. 


La edición en castellano la publica Kalandraka, que también tiene en catálogo las otras obras de este renombrado ilustrador: La historia de Erika, una edición de Pinocho espectacular y la más reciente, una reedición de auténtico lujo de la Canción de Navidad de Dickens. Nosotras le echamos la mano a la edición de La casa publicada en catalán por Símbol Editors, que está traducida por Jaume Subirana. 




Volveremos a hablar sobre Innocenti, lo prevemos, cuando le hinquemos el diente al resto de obras. De momento, os dejamos con algunos detalles de las ilustraciones. Disfrutad: 











13 dic 2011

Nos gusta la mala leche ardillil

Del cuidado de las ardillas. Una guía práctica - - Axel Scheffler



Es muy cruel capturar un animal que lleva una vida activa en la naturaleza, que ha abandonado ya la infancia y ha probado el sabor de la libertad en el bosque. La ilustración abarca dos páginas tamaño cuartilla: un desfasado excursionista con una red en la mano nos hace cómplices de su fechoría y nos sonríe enigmático; un ave observa la escena desde lo alto de un abeto, quizá aliviada de que el cazador no la pretenda a ella; la pobre ardilla no sospecha nada mientras devora una bellota con tranquilidad. A uno le cuesta simpatizar con semejante personaje. En la página siguiente, la ardilla le propina un buen mordisco a una señora que ante la sorpresa suelta de repente un látigo. Pues como bien dice el texto si se siente amenazado es probable que nos propine un buen mordisco. Bien por la ardilla.
         Del cuidado de las ardillas nos proporciona una serie de directrices para criar y adiestrar unas ardillas que se representan más humanas que los propios bípedos protagonistas de este álbum ilustrado. Se aconseja optar por una ardilla nacida en cautividad, y se explican todos aquellos trucos y pautas que uno deberá seguir para que nuestra ardilla crezca sana y feliz: desde el tamaño adecuado de la jaula hasta los hábitos alimenticios, sin olvidar la higiene y la salud. En el fondo, unos pocos consejos fácilmente aplicables, a cambio de una mascota realmente encantadora, juguetona, incansable y un tanto curiosa en ocasiones. No es por meter aquí un spoiler, pero dada la inexistencia de trama, como en cualquier otro libro de instrucciones o prospecto, por otra parte, cabe decir que los dueños del ejemplar representado en estas páginas no parecen demasiado contentos. Es lo que tienen las ardillas, se le suben a uno a mordisquearle la oreja sin previo aviso, o se ponen a saltar de aquí para allá desmontando nuestro orden prefabricado de muebles de IKEA.
Axel Scheffler, quizá más conocido por los álbumes infantiles como The Gruffalo, ilustra este texto que apareció por primera vez en la Children´s Encyclopedia recopilada por Arthur Mee en 1910. No obstante, Del cuidado de las ardillas, publicado en español por Barbara Fiore y traducido del inglés por Carles Andreu y Albert Vitó, no va dirigido a los niños. Suponemos que en el siglo XXI, las familias habrán desistido de intentar capturar y amaestrar a estos curiosos animalitos. Otras especies salvajes, me temo, no han corrido la misma suerte.
Axel Scheffler en su estudio. Que nos vaya pasando lápices y dibujos.
         Es un texto irónico, con dibujos irónicos (¡toma pedorrismo!), cuya finalidad es despertar en el lector una reflexión: la humanidad y su afición por domar y cambiar, transformar, modificar y someter dan asco. El maltrato a la naturaleza, un verdadero motivo de indignación. La ardilla, con los brazos cruzados en actitud reprobatoria, apostada sobre el código de barras del álbum, creo que es de la misma opinión. Así que Del cuidado de las ardillas es una prueba más de lo absurda y tiránica que es la sociedad actual. Por supuesto, es un caso exagerado, quizá más socorrido en los países anglosajones.  Pero nuestros amados lectores modernos que no se preocupen, que se pueden saltar el planteamiento metafísico, y simplemente disfrutar con lo GUAY que es este libro.

Y en breve, ¡MÁS!
        

Presentación - they say

Érase una vez este blog. Um… No, mejor así no. 
¿Se le ocurre a alguien una manera atractiva de presentarse, con una pizca de gracia y arte para sintetizar nuestro propósito en cuestión? ¿Nadie? ¿Bruna? ¿No? Gracias.
Bruna pasa de mí, aquí arriba toda enfrascada en su álbum ilustrado en ruso, cómo no. Se supone que es mi socia, el espíritu en cuerpo presente de este blog. Una cuentista que me encontré por casualidad mientras buscaba cómo empezar. Nos miramos, nos encantamos, y nos dijimos: Abramos un blog y revolucionemos la blogosfera (nuestro humor es defectuoso de fábrica). 
Un blog sobre álbumes ilustrados, sobre cuentos infantiles y cuentos que no lo son tanto. Para ti. Para mí. Para todos. Con fotos y dibujos, vídeos, entrevistas, etc. Lo que se le suele echar a los blogs, vamos. Para los adictos a la ilustración, las buenas historias y los personajes entrañables. Donde mezclar cuentos de todo tipo, con artistas y autores de todo tipo, con editoriales de todo tipo y -nos podrá el vicio- demás adicciones: música, cine, arte… Como todavía no estamos muy seguros de todo lo que va a tener cabida exactamente, no nos queremos aventurar a hacer una declaración de intenciones en toda regla y dejaremos que el experimento se desarrolle sobre la marcha. Ya decía bien Ródchenko aquello de “nuestro deber es experimentar”
Así que, gracias por venir. Espero que te quedes por aquí. Que digas ¡Hey! A mí también me parece que Oliver Jeffers bien podría dedicarse al rock & roll. ¡Que alguien nos lo presente! Que digas lo que quieras. Que te lo pases bien. Que te sea útil. Que perduremos mucho tiempo en este país de crisis. Que si antes no leías cuentos, ahora no puedas vivir sin ellos. Como nosotras y tantos otros cuentistas y demás adictos. 
¡¡Atención!! Se acerca una ardilla saltarina. Empezamos.