(...) fue por honestidad por lo que no me empeñé en aporrear un piano durante años ni en dar lecciones de solfeo que no hubieran solucionado nada. Por cruel que hubiera sido, aquella toma de conciencia me había hecho ganar tiempo; sin dejarme la menor huella de amargura, había conservado un gran gusto por la vida. Y, a veces, me preguntaba si mi entereza se debía a los recursos de mi carácter (que supo hacer ese fracaso moralmente soportable) o a los recursos de Laurence (que supo hacerlo materialmente soportable). Sin duda, a los recursos de ambos.
La soga, Françoise Sagan
Ayer tuve un día de sentirme un poco inferior, de verme atrapada en una situación y un trabajo; de sentirme desaprovechada. Y entonces pensé que quizá, siendo honestos, no era cuestión de este conformismo que detesto y que a veces se demuestra como rasgo fundamental de mi carácter (lo que detesto aun más). Quizá fuera eso simplemente, una honestidad terrible y cruel. Hasta aquí. Para rematar, me encontré con el párrafo de más arriba en el tren.
Pero eso fue ayer. Y hoy ya no lo pienso. Destierro ese pensamiento de mi mente por sumamente triste y doloroso. Porque al final será cierto lo que dicen, soy una persona fuerte. Fuerte, dura, como una piedra (¿que no se mueve?). Ha funcionado. El sentimiento parece haberse trasladado al cielo, que está tan oscuro y apagado como ayer me sentía.
Ahora queda una lucha más ardua, una batalla más larga, contra mi cruel conformismo. Un enemigo voraz y feroz. Pero no pienso hacerme la débil, ni ser la víctima.
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