Estamos de acuerdo en que esto es un blog de cuentos, pero también es un blog personal. Y ya advertimos que habría añadiduras de todo tipo, puesto que también es un blog sobre adicciones. Por eso, hoy hablaremos sobre una novela: Idéntico al ser humano, de Kobo Abe. Pero como en el caso del cine, no vamos a pretender hacer una reseña seria, ni mínimamente exhaustiva, o creativa. No presentaremos al autor, ya que la Wikipedia sigue existiendo gracias a Dios. Simplemente hablaremos de la experiencia personal. Porque ya lo hemos dicho: esto es un blog personal.
Últimamente me suceden dos cosas: tengo muchas ganas de profundizar en la literatura japonesa (vetando como siempre a Haruki Murakami, al que no soporto aunque sea fan de Radiohead) y no me puedo resistir a los marcianos. Son dos cosas que nunca pensé que me pudieran gustar tanto, ni los melancólicos escritores japoneses (aunque Kobo Abe no acabó tan mal, ni se le puede llamar trágico), ni las historias interplanetarias. No obstante, Idéntico al ser humano no es un relato de ciencia ficción, sino más bien, lo que Abe quiso llamar en los 60 ficción científica. La suya, puesto que tiene un estilo tan personal que es difícil encasillarlo.
El planteamiento de la novela es bien sencillo: un emisor de radio se encuentra en plena crisis existencial al ver cómo están a punto de cancelar su programa "Hola, marciano" porque un cohete va a aterrizar en Marte. Pero un buen día recibe una inusual visita: un extraño personaje con pinta de vendedor que asegura que es marciano. Comienza una batalla dialéctica que es lo que en sí conforma la novela. Un tira y afloja cuyo único fin es despistar al lector y extirpar el concepto de existencia; un complejo entramado en el que se repite la duda de forma constante: ¿es marciano, o es un loco? Porque es idéntico a cualquier otra persona. ¿Cómo saber si no lo es? ¿Está usted seguro de que es terrícola y no marciano? No desvelaré la conclusión.
Sólo añado que Kobo Abe se suma a mi lista de escritores de los que hay-que-leérselo-todo, por la originalidad (aunque detestemos palabra tan manida): sólo necesita de una visita y una bizarra conversación para montar toda una novela. Y también por esas imágenes deliciosas que es capaz de recrear con palabras sencillas, como relatar la desolación del protagonista mediante expresiones como "morder un pastel de plástico", o esto: "Puesto que el espejo torcido sólo refleja imágenes distorsionadas, toda lógica se derrumba cuando proyecta una imagen correcta".
Ideas y lenguaje. Y cero automatismos de supermercado.
Ideas y lenguaje. Y cero automatismos de supermercado.
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