10 feb 2012

UNA CASI HISTORIA DE TERROR CON IRONÍA


A mi hermana Sandra:
gracias por la inspiración.

         Mi hermana ha perdido su trabajo. En consecuencia, se la ve bastante deprimida, pero yo creo que es mejor así. Vaga por el salón en pijama de rayas y se detiene a saludar a la planta. Ya era hora de que tuviera un poco de tiempo para descansar y estar consigo misma, porque había perdido el control absoluto de la situación. Todos estamos de acuerdo en que necesita mucha paz. En las últimas semanas apenas se la reconocía: se había vuelto huraña, contestaba mal, se iba de casa sin cerrar con llave, ansiosa. Siempre iba despeinada, con el ceño tan fruncido que parecía que su cara estaba a punto de desmontarse. Se olvidaba de los cumpleaños de los amigos; metía los vasos en la nevera y gritaba en cualquier ocasión sin explicación. Dormía mal. Comía mal. Ocultaba algo.
         Puede parecer que la pérdida del trabajo en este mundo moderno y mecanizado sea motivo de infelicidad. Pero ha sido oportuno. Pues todas esas infracciones hubieran derivado en auténticos crímenes. Se encontraba en una situación peligrosa. Poseída.
         Sin embargo, no avancemos acontecimientos. Intentemos relatar los sucesos con cierto orden cronológico, para que esto sea un relato tradicional, de aprobado en el colegio.
         Todo comenzó cuando mi hermana estrenó su nuevo par de guantes de goma. Sí, puede parecer un hecho trivial. Pero de suma importancia en un hospital, donde se encargaba de la limpieza. Aquella tarde que los sacó nuevos de la bolsa de plástico, en la que todavía se leía el precio, dejó soltar un suspiro cansino. Uno más. Laboratorios. Le había tocado una vez más limpiar las dependencias donde se investigaban tumores; se hacían pruebas con distintos tejidos y órganos donados a la Ciencia; se cortaban y se pesaban restos; se dejaban bandejas y probetas repletas de deshechos. Fregaderos salpicados de sangre y jugos gástricos. El olor insoportable se escondía en las rendijas de baldosas y azulejos. Se respiraba una mierda aséptica, aislada, lo suficientemente marrana como para pesarle en el ánimo a cualquiera. Una tarde más. Aquí. Sé que hubiera preferido estar en cualquier otra parte, como millones de sus coetáneos.
         Lo lógico y natural es colocarse un nuevo par de guantes sin más, como mucho alargar el acto un par de segundos, no queriendo que llegue el momento de empezar a trabajar. No obstante, esta vez fue diferente. Esta vez, todo cambió. Primero los enrolló hasta acortar la extensión de la goma y pasó los dedos de la mano izquierda. Estiró y se lo dejó bien subido, justo por debajo del codo. Repitió la operación con la mano derecha. Se sintió tan distinta. Tan nueva. Realizada. Alzó las manos a la altura de los ojos. Por primera vez veía aquellas manos, dentro de aquella goma verde de textura de importación. Milagrosas. Tuvo la primera idea fantástica, el primer calambre: ahora podría hacer cualquier cosa.  Los guantes eran útiles para mi hermana, imprescindibles para su trabajo.
         Abrió de par en par la puerta del Laboratorio A, dejando el carrito con los demás enseres de limpieza atrás. Entró sola y dispuesta. Revuelta de intenciones. Pensando que sus manos eran armas, que era una revolucionaria, trabajadora oprimida momentos antes del alzamiento. Contempló los instrumentos que por allí danzaban: bisturíes, escalpelos, tijeras. Una balanza con sangre reseca. Una bandeja: una especie de medio gusano sobredimensionado, un pedazo de intestino. El suelo pegajoso. Dos papeleras repletas. Se asomó al fregadero y lo contempló con desagrado. Un ruido peculiar se le instaló en la frecuencia de pensamiento, distorsionando la razón y la obediencia.
         Se puso a limpiar. Con ahínco. Hizo desaparecer, por venganza, todo lo que le disgustaba. Absolutamente todo. Tenía el poder. Absoluto. Totalitario. En sus manos.
         A la mañana siguiente tuvieron que acordonar el Laboratorio A. Un accidente inesperado, dijeron. Supusieron que uno de los estudiantes había dejado la puerta abierta por descuido y habían desvalijado la sala. Se habían sustraído todas las muestras clasificadas. El Laboratorio A se mostraba limpio, pero ni rastro de productos, ni microscopios, ni enseres, ni papeles, ni ordenadores. Ni órganos, ni tumores, ni tejidos. Sólo quedó una silla y los muebles más grandes. Vino la policía y se intentó silenciar el desastre. Se trató la incidencia con total discreción. La pérdida ascendía a millones. Al día siguiente, mi hermana se paseaba por la planta de Oncología con su nuevo par de guantes ufana. No cuchicheaba con los demás, ni criticaba, ni se quejaba, ni comentaba qué vaya vergüenza, menudo escándalo. Estaba en paz. Nadie sospechaba. Nadie le vino a preguntar, aunque hubiera sido fácilmente comprobable que fue la última persona en entrar. No les pareció raro el estado de total complacencia que mostraba. Poco habitual en los seres humanos rutinarios.
         La cosa hubiera quedado así. Pero en cuestión de semanas, se acordonó el Laboratorio B por fuga de gas que derivó en cinco enfermeras de Rayos desmayadas. El Laboratorio C se cerró por inundación. Alguien se había dejado el grifo abierto toda la noche y por la mañana, al abrir la puerta, Mª Carmen, la responsable quedó empapada de arriba abajo, unos sesos a sus pies. Sigue de baja.
         El Laboratorio D fue la gota que colmó el vaso. Lo que trastocó la sonrisa en total desesperación. La Junta Directiva comenzó a investigar y mi hermana se vio acorralada. Se hicieron notorios los síntomas de enajenación. El Laboratorio D amaneció aquel miércoles de enero con una nueva decoración: una de las paredes ponía en letras bien grandes y un tanto separadas C A C H I T O S H U M A N O S. En un rojo escatológico: pudo comprobarse que era sangre. Un suceso macabro, rematado: el intestino desaparecido del Laboratorio A colgaba de la pared con unas chinchetas, así como un trozo de lo que parecía un riñón, un dedo y un ojo azul cobalto. El resto eran cachitos precisamente de otros órganos y tejidos que el público general no se vería capaz de identificar a primera vista. Una imagen perturbadora.
         La última en entrar la tarde anterior: mi hermana.
         Mi hermana, una persona dócil y entregada a su familia, que con su par de guantes verdes de goma se había convertido en una psicópata vengadora y enloquecida. Mi hermana había sido la ladrona; había provocado la fuga y la inundación, era la artista de la instalación C A C H I T O S H U M A N O S, un montaje orgánico. Inaceptable. Despido fulminante.
         No acabó entre rejas porque el hospital no quiso convertir el suceso en escándalo. Por eso creo que, en el fondo, ha salido bien parada ¿Tuvo motivos? No lo sé, quizá estaba harta. Pero estoy convencida de que los guantes tuvieron una influencia diabólica y paranormal en su ánimo. Goma insuflada de toxinas viperinas. En un estado normal, mi hermana sería incapaz de semejantes fechorías.  
         ¿La ironía? Contemplo con horror que el par de guantes no ha sido destruido, reposan en la cocina de mi hermana, junto al fregadero. Mi cuñado disfruta más que nunca de fregar los platos ya que con los guantes no se le estropean las manos. Los friega todos los días, al mediodía y por la noche. Yo sigo alerta, en cualquier momento alguien se puede revelar como un auténtico perturbado por culpa de esos malignos guantes verdes y, por si acaso, me mantengo alejada de ellos. Obra del mismísimo Diablo, no cabe duda. 

2 comentarios:

san dijo...

Es curioso qe el momento de colocarse los guantes ,es como unos segundos decisivos,es como va!!ya vengo !!animo!!si,si son segundos magicos,incluso canviartelos,en ese espacio es como un consuelo.Me a encantado la historia,no esta muy lejos de la realidad,te asegura qe hay gente qe se venga con algo parecido,no tirando muestras de tejidos,pero si otras cosas,,zapatos,batas,la botella de agua recien abierta,algun boli qe esta por ahi,o incluso algun paraguas recuerdo de mexico por ejemplo,,,etc.Tambien los hay qe se llevan material hospitalario para sus clinicas privadas,,,i los hay tambien los qe te joden la vida porqueeee esta un poco saturado ooo tiene acumulacion de pacientes, o estan ene el canvio de turno!!!!Lo qe esta claro es qe cuando la mente necesita un despejo es asombroso lo qe puede surgir.

Jen dijo...

Muchas gracias, querida mía. Por todas tus palabras de ánimo. Y por este mensaje.

Nos alegra tanta que te haya gustado.

Un beso.