Debo hacer otra una confesión: llevo muy mal el concepto de la muerte. No me refiero a la muerte en las películas de miedo, ni en las ilustraciones en las que la representan con guadaña y un gigantesco manto negro. De hecho, me encanta la imaginería del terror. No hablo de las muertes ficticias, que en general tolero con buen temple. Tampoco al concepto filosófico y las diversas interpretaciones, aunque pueda estar más o menos de acuerdo. Lo que me aterroriza es pensar en ello de verdad. No sólo lo que significa, lo que puede venir después (aunque yo soy fiel a la creencia de la nada), sino el momento último. Dicho esto, no es sorprendente que me haya dejado completamente conmovida la lectura de El pato y la muerte de Wolf Erlbruch. De forma muy positiva.
Una breve sinopsis para los que no estén familiarizados con la historia: de repente un día, el pato ve que le persigue la muerte a todas partes. El pato le pregunta si ha llegado su hora y ella responde que está ahí desde que nació por si acaso. Aunque el ave se siente un tanto recelosa e incomodada por la presencia de criatura tan lúgubre, ambas inician una relación de amistad; lo hacen todo juntas: subirse a los árboles, contemplar la laguna; duermen cuerpo con cuerpo. Y el pato va perdiendo el miedo a la muerte poco a poco, confía en ella, la estima incluso. Y aquí para de leer y sáltate el párrafo siguiente si no quieres saber el final.
El pato muere, por supuesto. La muerte está allí para acompañarlo en el último instante, arroparlo, y después hacerse cargo de su cuerpo, que no se quede ahí tirado en medio del bosque. Lo deposita con ternura en el río, que se lo lleva, y la muerte, que parece una niña de colegio con su bata a cuadros hasta los pies, ve cómo su amigo se aleja y se siente un poco triste. Pero así es la vida.
Y uno tiene la impresión de haber leído uno de los álbumes ilustrados más maravillosos que existen. Uno de los que más poso le dejará en el cajón de la memoria; una de esas lecturas que te dan un poco de paz y te alivian. Porque la maestría de Wolf Erlbruch no son su imágenes, que son preciosas, ni la dulzura de sus palabras. Ni siquiera la capacidad de emocionarnos con el final del pobre pato. Ni de hacer que simpatizemos con la muerte. Su maestría radica en coger ese concepto que tanto temo y explicarlo de forma tan sencilla sin sentimentalismos, sin miedo, sin desesperación. Que tenga la misma idea del concepto, que describa la muerte con los datos que un ser humano puede tener y punto. Sin añadirle la fantasía del más allá o alguna creencia religiosa que adorne nuestra final. Que plantee que quizá la auténtica culpable es la vida, que no puede seguir llegado un punto; y que la estigmatizada muerte se vea representada de forma más amable, menos temible, incluso amigable.
Los habrá que no estén de acuerdo y buscarán otra cosa que creer. Y tendrán toda la razón. O quizá no se planteen esta cuestión porque la han interiorizado y aceptado sin reservas y viven tranquilos en todo momento. Y esa es mi aspiración.
De todas formas, leed El pato y la muerte. Sólo os ocupará diez minutos. Pero el recuerdo será imborrable.
¡Hasta pronto!
p.S: (c) de la traducción un clásico ya en este blog: Moka Seco Reeg. De la edición al español: Barbara Fiore.
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