Por normal general, rehúyo de leer novedades y superventas. Esto aplicado al blog se traduce en que no quería hacer ninguna reseña de cuentos que haya visto repetidos en múltiples ocasiones en otras bitácoras. Pero me he dejado seducir por Marcela y no lo he podido evitar.
Cada diciembre se publican un montón de propuestas para los más pequeños; Navidades es la época estrella de la sección de infantil en todas las librerías. Entre tanta morralla, a veces es complicado destacar. Pero si un cuento ha recibido reconocimiento este año ha sido La conejita Marcela, que sólo ha cosechado buenas críticas en todos los medios donde lo he visto reseñado (quizá sólo superado por el boom de Yo mataré monstruos por ti de Santi Balmes y Lyona). Por este motivo, quizá un poco tonto, intentamos no caer en la tentación de hablar sobre él. Pero esa conejita negra, con gafas y bozal, peleona e incoformista, justa y soñadora, nos ha conquistado de tal manera que se merecía unas palabras.
Marcela no está de acuerdo con las normas establecidas en el país en el que ha nacido, donde conejos blancos y negros coexisten en desigualdad. Desde pequeña, le intentan inculcar que siempre debe andar con la mirada gacha; que si un conejo blanco la pisa, no puede defenderse; que le toca beber el agua sucia y comer el pasto más seco. Como a todos sus congéneres negros. Sin embargo, Marcela tiene un ojo que mira hacia arriba y se da cuenta de la naturaleza injusta de esta situación. Intentará cambiar las cosas, defendiéndose, mordiendo a todo aquel que la pise sin razón. Cuando sean los de su propia clase los que repriman este carácter revolucionario, huirá en busca de un lugar mejor.
Y topa con un país donde también viven conejos blancos y negros. Pero donde los amos son los negros, y ella es recibida con gran alegría. Ahora puede beber el agua más fresca, alimentarse de la hierba más verde. Nadie la reprenderá por pisar o morder un conejo blanco. Aquí los sumisos son los conejos blancos. Hubiera podido tener una vida feliz, pero Marcela también tiene un ojo que mira hacia abajo y contempla con disgusto esta injusticia, que es la misma que la del lugar donde nació.
Desalentador. Hasta que conoce a Federico, un conejo blanco que no se quiere dejar pisar. Por fin, se reconoce en alguien. Ha encontrado ese ser que piensa como ella: que no importa el color, seas blanco o negro, todos los conejos tienen derecho a beber el agua más limpia, comer la hierba más fresca, y que nadie venga a molestarte.
La conejita Marcela acaba como debería haber acabado Romeo y Julieta. Y transmite un importante mensaje a los niños: el color de nuestra piel no importa (bueno, en este caso pelaje). Un texto muy adecuado para tratar con los más pequeños el concepto de igualdad/desigualdad, del racismo, e incluso, de la inmigración. Pero a través de una historia muy directa, sin moralina absurda. Una fábula esperanzadora; ojalá hubiera más Marcelas y Federicos en este mundo.
Esther Tusquets escribió este texto en 1980, que recupera Kalandraka en su colección "Libros para soñar". Es un texto que no ha envejecido, porque el tema sigue siendo recurrente. Aporta las ilustraciones María Hergueta, con un estilo bastante tradicional a la par que original en su composición y uso del color. Los dibujos tienen un toque bastante sesentero, y los conejos tienen ciertas reminiscencias a Beatrix Potter (cómo no). No obstante, son ideales para el cuento. Hergueta nos convence y nos gusta, y os adjuntamos una muestra de su trabajo aquí.
Si yo fuera maestra, haría que todos mis alumnos conocieran a Marcela. We're in love.
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