Antes de encontrarme en el camino con Mijáil Bulgákov, yo siempre decía que mi autor favorito era Fiódor Dostoievski. Pero si tuviera que escoger a uno de la troika decimonónica (nota de libro de texto: Tolstoi-Dostoievski-Turguéniev), sin dudar un segundo, seguiría quedándome con él. Al fin y al cabo, fue gracias a obras como El jugador y Crimen y castigo que introduje de lleno en la literatura rusa. Podría decirse que hoy ya una obsesión, uns enfermedad, una rusofilia permanente que no tengo ningún interés en curar.
Tenía un gran interés en leer Apuntes de la casa muerta por dos motivos principales: primero, porque es una de las pocas novelas que me quedaban por leer del autor y porque, probablemente, es la que más tintes autobiográficos contiene. Dostoievski se benefició de forma directa de la temporada que pasó en un presidio de trabajos forzados en Siberia. Y en segundo lugar, porque me parecía un buen antecedente a Archipiélago Gulag (libro que tengo unas ganas enormes de leer). Es curioso, parece inevitable para escritores en cautiverio acabar poniendo por escrito sus vivencias. Pero no entraré en este análisis, porque todavía no le he podido echar mano a la obra de Solzhenitsyn (NOTA: si me pongo muy repelente, pido disculpas).
Entonces...
¿Es horrible leer Apuntes de la casa muerta? No. Hay escenas bastante crueles y horrendas; hay mucha soledad y tristeza en sus páginas. Hay situaciones injustas e humillantes ante las que uno puede sentir cierta indignación. Pero definitivamente no. Por desgracia, entra en juego el factor distancia. Es una novela escrita en el s.XIX. E inevitablemente, puede parecer que nos relata cosas que sucedían en el pleistoceno, en un país muy lejano (pero no os equivoquéis, las apariencias engañan). Además, Dostoievski dio preferencia a las situaciones cotidianas de la comunidad que conformaban los presos, como si fueran una familia, una comunidad de vecinos hacinados en barracones, capaces de lo mejor y de lo peor, sobre todo, de lo peor. Y esto nos distrae bastante de la desesperación del convicto protagonista. Y lo reconozco: voy a tener que convencerme de que mi profesora de literatura rusa tenía razón cuando decía que no acababa de redondear sus obras, porque puede resultar un poco inconexa; hay pasajes maravillosos, y otros, bastante tediosos. También parece que se queda mucho en el tintero sobre el protagonista y narrador, que se centra en presos secundarios y los va rescatando por momentos, conformando una extensa radiografía de la miseria humana. Pero sin embargo, no acaba de rematar a ese hidalgo que nos confía su soledad y su martirio. Dostoeivski pone en evidencia que, para su sorpresa, los presos eran capaces de haber cometido los crímenes más horrendos y no sentir ni gota de remordimiento. Aunque, a su vez, no redime a su personaje protagonista (como curiosamente sí pasa en el famoso caso de Raskólnikov).
No obstante, y aunque no es la mejor obra de Dostoievski -no se lo recomendaríamos a un principiante-, vale mucho la pena su lectura por todas aquellas descripciones realistas que tan certeras y válidas resultan. Se muestran caracteres que siguen siendo vigentes; vicios que no han pasado de moda, miserias que sí, todavía existen. No podemos negarlo, aunque aquí se nos presente en un formato que nos pueda parecer raro, ajeno. Quizá nunca nos veamos en un campo de trabajos forzados en Siberia. Pero los temas universales son precisamente universales. Y como narrador de la soledad es un maestro. Además, de vez en cuando, uno cae en una decena de páginas que lo atrapan y lo absorben sin razón alguna. Es el poder del lenguaje. Para los amantes de la estética, los lingüistas, puede resultar una novela muy placentera. Un ejemplo de que no es necesario pasarse con la floritura para ser minucioso. Para darnos con un dardo en la fibra.
Es ideal para los que gustan de las novelas lentas, un tanto densas. Con todos esos pensamientos y sentimientos al descubierto. No para devorar, sino saborear. Se te queda en el paladar ese preso que se despide de los troncos de la empalizada antes de obtener su libertad. Del mayor abusón que obliga a otro que le pinte su casa porque quiere buscar esposa. De cocineros que comercian con la carne y el pan. De contrabandistas de vodka. Que nunca falte el vodka. Mujeriegos con grilletes. Siervos sentimentales. Hombres alienados que luchan por sobrevivir en una jungla de leones atrapados. Hombres que no desean dejar de ser hombres, a pesar de que se vean reducidos a la nada, a cero, a parias. Pero que despiertan simpatía. Como dice su autor, los rusos siempre ha sentido compasión y simpatía por sus presos. No sabemos si es verdaderamente cierto. Pero ahí queda.
En fin, caviar para rusófilos.
p.S: Esperamos no haberos aburrido en exceso. Pero nos apetecía escribir esta reseña. Y punto.
5 comentarios:
A mí me atrajo la portada, pero es cierto que antes de pasar por este paje es mejor dars euna vuelta por otras obras del señor D. Aunque últimamente me llama mucho un tal Oblomov, no sé por qué... XXDD
en vez de "paje" quise decir "peaje", que suena un poco a asesinato por chafamiento
Esthery; Debo agradecerte que me introdujeras al mundo de los rusófilos con el jugador y como no maestro y margarita. Obra que una o dos veces al año me encanta leer. Se agradece estas dosis de cultura y se espera más xD.
Ay, Elena, a Oblómov se le debe visitar una vez en la vida como mínimo. Admirable su capacidad para no levantarse del sofá. Lenta y densa, pero tan bella...
Esthery, gracias, hacemos lo que podemos para difundir la cultura que más nos gusta. El maestro y Margarita nos toca de nuevo este año. Quizá haya una reseña, o un pequeño párrafo.
Besos a las dos.
Muy buena ésta. Tengo esperando El Jugador. Es que tengo una cuenta premiun en 24symbols y puedo descargar e-books todo un año, de ahí lo de La manda :)))
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